viernes, noviembre 08, 2013

Wert usa nuestro dinero para refundar Esparta

Como dice el dicho popular: cada uno es cada cual y tiene sus cadacualadas
No hay nada que decir a la decisión de unos padres de educar a sus hijos en un sistema, más que decimonónico, espartano en el que hombres y mujeres no se mezclan. 
No hay nada que decir ante el intento inoperante de evitar o demorar lo inevitable y cercenarles a unas y otros la relación temprana con aquellos con los que están condenados a relacionarse: los integrantes del otro sexo. 
No hay nada que decir a que intenten tapar el sol con un dedo y para evitar un beso infantil o un magreo adolescente les impidan y retrasen el acceso a las principales herramientas que tienen para llegar a la compresión entre sexos, que son el conocimiento, la amistad y la mutua compresión, algo a lo que la mente y el corazón humanos están más abiertos cuanto más jóvenes son.
Bueno, en realidad hay mucho que decir. Pero no pasa de ser una opinión mientras no exista una ley que impida a los padres fastidiar la vida de sus hijos con sus decisiones educativas.
Pero sobre lo que sí hay que decir es sobre que el Gobierno de un país, cuya Constitución mantiene que no debe haber discriminación por motivo de sexo en ningún ámbito de la vida, se empeñe en sufragar a través de los conciertos educativos a colegios que ponen en práctica ese tipo de educación segregada por sexos.
Puede que no sea la mayor preocupación que la comunidad educativa tenga que afrontar por mor de la malhadada LOCME de José Ignacio Wert, pero esa insistencia en defender la educación segregada por sexos es una muestra más de que no es una reforma necesaria, ni una reforma técnica, ni una reforma ineludible.
Demuestra que es solamente una regresión ideológica a la España anterior a Moyano. Como lo es la asignatura de religión, como lo es la formación profesional de aprendices.
Porque, por más que intente venderse de otra manera, por más que se hable de opción educativa o de decisión docente, la enseñanza segregada es todo lo contrario de eso. 
No se trata de educar, se trata de un resquicio, una última trinchera, una pírrica muralla que intenta precisamente evitar educar en aquello a lo que ciertas ideologías y creencias tienen un miedo cerval, un pánico atroz: el sexo.
Como el Apartheir evitaba tener que educar a los miembros de una raza en la convivencia con los de otra, como las juderías o los barrios mozárabes del tiempo de los ínclitos Isabel y Fernando evitaban la necesidad de educar a los cristianos viejos en la convivencia con otras religiones.
La enseñanza segregada lo único que intenta evitar es tener que educar a unos y otras en como relacionarse, como comprender y como respetar a los miembros del otro sexo. Y eso no es un proceso educativo sino "deseducativo".
No hay organismo internacional que no afirme que la segregación de sexos en la escolarización no es la forma de educar más recomendable. No hay informe pedagógico serio que no afirme que la mejor manera de evitar los problemas que en la vida adulta afectan a la relación entre hombres y mujeres -en ambos sentidos- es enseñarles a conocerse y comprenderse desde la infancia.
Y un Estado no puede obviar eso. No puede poner en riesgo el equilibrio social más importante, el equilibrio entre los sexos, simplemente porque una parte de sus votantes quieran dormir a pierna suelta en la falsa tranquilidad de que sus hijas no serán besadas en un pasillo por un rapaz o de que sus hijos no sean sorprendidos con la mano entre carnes femeninas en un recodo del aula de manualidades.
Pero nuestro gobierno de nuevo no hace caso de los criterios docentes, no hace caso de los criterios educativos. 
Se impone a sí mismo y a nosotros a golpe de enmienda a su propia ley la obligación de pagar a los colegios que han decidido hacer dejación de su función educativa en un aspecto tan importante como las relaciones entre sexos. A las entidades que han elegido sustituir las clases por muros, la convivencia por la segregación, aplicando el viejo adagio religioso de que "quien evita la tentación evita el pecado".
Una máxima que seguramente se encontrará en todos los manuales de enseñanza. En los del siglo XV.
Pero a Wert y sus adlateres, obsesionados con rendir pleitesía a un credo que creen que les garantiza votos contra la perversa y retorcida izquierda atea, todo el desarrollo educativo de un continente, incluyendo muchas organizaciones docentes católicas, no les importa. 
Con tal de asegurar el puñado de votos de aquellos que solamente conciben la relación entre hombre y mujer en términos sexuales, de aquellos que interpretan el amor o las relaciones entre sexos por lo que sucede del ombligo para abajo, deciden utilizar el dinero de los contribuyentes de toda una sociedad, una sociedad mixta, una sociedad en la que la relación entre hombre y mujer es inevitable-como no es posible de otra manera, a despecho de los jerarcas eclesiásticos y de las más radicales mackinnoniana- para sufragar un sistema educativo que puede que les prepare para sobrevivir en una orden religiosa o en la Esparta de Leónidas, pero no en una sociedad occidental atlántica.
Cogen nuestro dinero, el de todos, el que antes se usaba en programas de educación sexual, en campañas y en psicólogos de apoyo y se lo dan a constructores de barracones para las falanges masculinas y celosías para los serrallos femeninos, que han decidido ahorrarse el esfuerzo de educar y sustituirlo por el cómodo ejercicio de ocultar de la vista aquello a lo que tienen miedo, aquello que no quieren que sus vástagos conozcan. 
Algo bastante parecido a lo que ocurre en las madrasas coránicas y las escuelas rabínicas, por cierto.
Las instituciones educativas católicas tienen derecho a proponer ese modelo; los padres católicos, por desgracia, tienen derecho a arriesgar el equilibrio relacional futuro de sus hijos e hijas aceptando ese modelo. 
Pero el Gobierno no tiene derecho a obligarnos a todos pagarlo cuando el mundo que se mueve en nuestros parámetros de civilización ya ha descubierto que esa no es una buena forma de educar.
No, a menos que planee transformarnos en Esparta, Kabul o Roma.

2 comentarios:

José Manuel Molinero dijo...

A mi tampoco me gusta la segregación por sexo en la enseñanza. De todas formas no creo que haya muchos centros de este tipo, tan sólo conozco el Monte Tabor en Pozuelo.
Saludos.

devilwritter dijo...

Hay 67 centros segregados por sexo en España.
Bueno, 67 concertados que privados hay como otros cien.

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